Oración y sanación del ser humano
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Hoy día se ofrecen muchas terapias. Pero hemos olvidado que la Oración es el método terapéutico por excelencia. Los Monjes nos muestran que la Oración puede sanar, que ella no cubre todo con un manto de piedad, bajo el cual la enfermedad continúe proliferando, sino que saca a la luz las verdaderas heridas y realmente sana. La Oración no es una técnica mediante la cual podemos sanarnos por nuestra cuenta, ella nos remite a Dios, quien es el único que puede sanarnos. Aquel que desea utilizar todas las terapias para estar bien no conseguirá la auténtica salud espiritual. Pero quien, en la Oración, se abandona a Dios y abre sus heridas, para dejar entrar en ellas la Palabra sanadora de Dios, experimenta al Señor como el verdadero médico, al lado de quien logramos sanar.Texto tomado del libro "La pureza del corazón", escrito por el Padre ANSELM GRÜN, OSB.
Doctor en teología, hoy en día consejero Espiritual y ecónomo del Monasterio de Münsterschwarzach (Alemania)
¡Señor, sálvanos!
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Dios mío, mi corazón es como un ancho mar siempre agitado por las tempestades: que en ti encuentre la paz y el descanso. Tú mandaste al viento y al mar que se calmaran, y al oír tu voz se apaciguaron; ven ahora a apaciguar la agitación de mi corazón a fin de que en mí todo sea pacífico y tranquilo y pueda yo poseerte a ti, mi único bien, y contemplarte, dulce luz de mis ojos, sin confusión ni oscuridad. Oh Dios mío, que mi alma, liberada de los pensamientos tumultuosos de este mundo, se esconda a la sombra de tus alas. Que encuentre en ti un lugar de refrigerio y de paz; que exultante de gozo pueda cantar: En paz me acuesto y enseguida me duermo junto a ti.
Que mi alma descanse, te pido, Dios mío, que descanse de todo lo que hay bajo el cielo, y esté despierta solo para ti, como está escrito: Duermo, pero mi corazón está en vela. Mi alma solo puede estar en paz y seguridad, Dios mío, bajo la protección de tus alas. Que permanezca, pues, eternamente en ti y sea abrasada con tu fuego. Que, elevándose por encima de sí misma, contemple y cante tus alabanzas llena de gozo. En medio de las turbaciones que me agitan, que tus dones sean mi consolación, hasta que yo venga a ti, oh paz verdadera.San Agustín
Meditaciones, c. 37.
PALABRAS DEL SANTO PAPA BENEDICTO XVI (Mt 8,18-22)
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El evangelista Lucas nos presenta a Jesús camino de Jerusalén, donde se encuentra con unos hombres, probablemente jóvenes, que prometen seguirlo adondequiera que vaya. Les es muy exigente, advirtiéndoles que «el Hijo del Hombre, es decir, el Mesías, no tiene dónde reclinar la cabeza», es decir, no tiene un hogar permanente, y que quien decida trabajar con él en la viña del Señor nunca podrá arrepentirse (cf. Lc 9,57-58.61-62). A otro joven, Cristo mismo le dice: «Sígueme», pidiéndole que se desprenda completamente de los lazos familiares (cf. Lc 9,59-60). Estas exigencias pueden parecer demasiado severas, pero en realidad expresan la novedad y la absoluta prioridad del Reino de Dios que se hace presente en la persona misma de Jesucristo. En definitiva, se trata de esa radicalidad que se debe al Amor de Dios, al que Jesús es el primero en obedecer. Quienes renuncian a todo, incluso a sí mismos, para seguir a Jesús entran en una nueva dimensión de libertad, que san Pablo define como «caminar según el Espíritu» (cf. Gálatas 5,16). «¡CRISTO nos liberó para la libertad!», escribe el Apóstol, y explica que esta nueva forma de libertad que Cristo conquistó para nosotros consiste en estar «al servicio de los demás» (Gálatas 5,1-13). ¡Libertad y amor coinciden! Por el contrario, obedecer al propio egoísmo conduce a la rivalidad y al conflicto. (Papa Benedicto XVI, Ángelus, 27 de junio de 2010)